29 julio 2010

Una de las cosas que más echo de menos

En casa y oyendo la lluvia caer, pienso en lo encantadora que es la ciudad de Viena, y el enclave extraordinario sobre el que se emplaza. Resulta paradójico que precisamente hoy, cuando la lluvia no anima precisamente a salir. El caso es que aquí se puede llegar al bosque dando un paseo, y si un paseo es agradable, ¿cuánto más agradable no sería que ese paseo fuera conduciendo mi escúter?

Se me hace cuanto menos curioso el que durante los días de calor sofocante que arreciaba las semanas pasada no me haya sobrevenido este mismo pensamiento, y que hoy, con el sonido de la lluvia cayendo y en ocasiones salpicando, desde la ventana que tengo a mi espalda, no pueda dejar de pensar como sería subir a Kahlenberg rodando, trazando suavemente sus curvas mientras gozo desde la altura de la vista de la ciudad extendiéndose en el valle y el Danubio perdiéndose en el horizonte, ambos en la lejanía como una ciudad diminuta a la orilla de un arroyo, como si hubieran sido dispuestos adrede para servir de modelo a una pintura . Durante la vuelta dejaría caer la moto al ralentí, para poder recrearme una vez más en ese panorama formidable, y tal vez me despediría en sus faldas brindando por su agreste solemnidad hasta la próxima ocasión en un Heurigen de Kahlenbergdorf.
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