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Antiguamente cada cual se llevaba su propia comida de casa, y se limitaba a beber el vino que allí se servía, pero ahora se puede adquirir en el local a precios muy económicos. Esto produce la particularidad de que la bebida se sirve en la mesa y una camarera en traje regional te trae la cuenta al final, mientras que, para adquirir comida, hay que ir dentro, donde hay una especie de bufé, y pagarla allí en el momento, para sacártela tú mismo a tu mesa. Pedir vino con Almdudler, y entrar a por Schnitzel, Schweinsbraten y ensalada de patatas, no es, en ningún caso, una mala idea. Por el contrario, pedir una cerveza o un cubata, sí lo es: no tienen.
En ocasiones hay músicos interpretando temas típicos con acordeón y guitarra cuya temática principal suele ser... ¡el vino!, y no está de más darles una propinilla. No son dulzainas y tamboriles, pero los chavales le ponen ganas.
En los alrededores de los bosques de Viena, junto al Danubio -que más que azul, como en el waltz, es tirando a verdoso-, aparte de unos parajes naturales envidiables, hay infinidad de Heurigen donde reposar tras una caminata. En Nußdorf, por ejemplo, puedes tomarte unos vinillos enfrente de algunas de las casas de Beethoven, (entonces lo del alquiler sí que debía ser precario de cojones). Tal vez, hace dos siglos, el bueno del viejo Ludwig Van, en una de estas mesas concibió alguna de sus sinfonías, inspirado por los caldos de los viñedos vieneses, ¡quién sabe! Lo que es seguro es que que si no fue la inspiración para una de sus grandes obras, lo que sin duda pudo encontrar aquí es lo que los de la tierra llaman Gemütlichkeit.
Prost!
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