14 enero 2007

Sí cambié


El viernes decidí hacer algo novedoso y arriesgado en Malasaña, y probar nuevos bares. El elegido, fue el que otrora fuera el añorado Morgenstern, ahora Glam Street, regentado por la popular y nunca bien ponderada artista Tamara, que inauguró una nueva etapa en la Historia, el Tamarismo, (y una frutería en Vallecas).


[Continúa...]
Antes de cruzar la puerta, con un puntito de nostalgia, esperaba que me pidieran que no hablara alto y que no montara jaleo, pero, en cambio, oí la voz de la diva al otro lado de la puerta hablando por teléfono. Sin más, abrí la puerta, y me encontré con un despampanante cuerpo de travestí, y una cara de porcelana, (siempre y cuando la porcelana sea vieja y esté rota y desconchada).

Entramos conteniendo la risa, y con ganas de montarla muy gorda, pero no nos duró mucho, pues los gayers sección oso de la barra y la cabina, y el hecho de que la inusual afluencia de parroquianos que había en el local apuntaba a que si los del bar hubieran decidido reventarnos la cara y dejarnos el culo como un bebedero de patos, no tendrían que preocuparse de incómodos testigos, nos disuadieron de perder la compostura. Por otra parte, el ser los únicos en la barra nos proporcionó un trato exquisito y personalizado de unos camareros ilusionados de encontrar clientes por primera vez en toda la noche. Incluso, tras mucho cavilar, decidimos que era más que probable que en un garito gayer tuvieran algo bizarro, así que pedimos Raphael, y como esperábamos, quisieron tener al público, para una vez que lo ven, contento: nos lo pusieron. Nos piramos de allí antes de acabar las cervezas.

Siempre nos quedará el Wurlitzer.

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